Benín (primera parte)

por | Feb 14, 2016 | Blog

El 14 de Julio del 2014 tuve la inmensa suerte de ir a Benín, la antigua Dahomey. Iba como voluntario, con mi mujer y un grupo de personas, de la mano de FUNDEBE (Fundación para el Desarrollo de Benín) y fue algo maravilloso.

Nuestro cometido principal iba a ser el poner a punto un centro de voluntarios y dar clase en un colegio que la Fundación estaba (y todavía está) construyendo en Nikki, al norte del país.  Sin embargo, esto iba a ser sólo unos días, pues desde la Fundación se intentaba que todo aquél que fuera a Benín llegara a conocer su realidad, que no se quedaran, como les pasa a muchos, en un único ambiente-burbuja, sino que la experiencia fuera lo más completa posible. Por ello, además de pasar un par de semanas en el colegio se planeaba que visitásemos un par de hospitales y que estuviéramos unos días en un centro en el que unas monjas agustinas acogían a niños con minusvalías psíquicas y huérfanos.

Ésta última fue nuestra primera parada: el centro de las Hermanas Agustinas en Dékanmey, Ouidah, «Foyer Vidjingni & des handicapés mentaux». Me gustaría poner algún enlace a una página web chula, una página de Facebook o a cualquier otro sitio donde todo aquél que lea esto pueda ampliar la información, pero no puedo. No tienen nada. De hecho, nosotros éramos los únicos voluntarios que iban ese año. No son conocidas, no tienen a nadie que las patrocine, nadie que hable de ellas, nadie (más allá de la pobre iglesia beninesa) que ayude a su sustento económico. Como otros miles de personas, hace su trabajo anónimamente, sin que nadie les diga lo geniales que son, o les consiga muchos «Likes». Son heroínas anónimas, y tanto una cosa (heroínas) como la otra (anónimas), lo son todos los días de su vida.

La madre superiora era Soeur Sabine Glélé y era una mujer increíble. He leído en una página web francesa (donde hablan de un viaje allí durante el verano de 2005) que descendía de un rey de Benín. Desde luego, si Soeur Sabine ha salido a esa rama de la familia, ese rey debía ser fantástico.

Las monjitas se acostaban todos los días sobre las 23:30, se levantaban entre las 4 y las 5 de la mañana y, desde ese momento, no se detenían un instante: hacían sus oraciones e iban a Misa, limpiaban la casa y las habitaciones de los niños, atendían el huerto, les preparaban la comida, les daban de comer, les bañaban y vestían las veces que hiciera falta… Y todo ello con el mayor amor del mundo. Los niños, como no podía ser de otra manera, les adoraban, en especial (creo yo) a Soeur Sabine, que era una auténtica madre para con ellos. Algunos de nosotros, en un primer momento, intentábamos ayudar a las monjitas con la comida o con lo que fuera, pero lo único que ellas nos pedían era que hiciéramos aquello para lo que ellas no tenían tiempo: jugar con los niños. Y es que, los niños de África no saben jugar.

Por supuesto que juegan al fútbol, o al pilla-pilla, pero no conocen muchos más juegos. En Ouidah, por ejemplo, tenían un columpio. En él los niños se columpiaban unos a otros, pero ninguno sabía columpiarse solo, porque ningún adulto les había enseñado jamás. Así que a eso nos dedicamos. Bueno, con algunos al menos. Otros, los destinatarios originales de la misión de las monjitas, los «handicapés mentaux», necesitaban otras cosas.

Lo primero que vimos nada más llegar fue a una niña, de unos 12 años, completamente en los huesos (algo que no volvimos a ver en Benín), sentada en el suelo y atada a una valla. Esto nos rompió el corazón. Pero luego nos dimos cuenta de que, tristemente, era la mejor forma que tenían de cuidarla. La pobre no quería comer, se metía la mano en la boca y lo vomitaba todo, así que había que tenerla muy vigilada. Además, le costaba mucho andar (era puro hueso) y si intentaba irse sola podía hacerse daño. Cuando nosotros llegamos acababa de comer y estaba sucia, pero al momento la cambiaron y lavaron con todo el mimo del mundo, quizás por sexta vez en el día.

En cualquier sitio de España un niño así tendría alguien a su lado durante todo el día y el suero que necesitaba para comer se lo podrían dar todos los días. Pero allí no. Allí sólo tenían dinero para dárselo una vez al mes. Lo único que podíamos hacer con ella era darle de comer, evitando que se metiera la mano en la boca, y cogerla en brazos para que se sintiera acompañada.

También estaba Therêse, una niña más pequeña, de unos 8 años, que lo único que decía y, por tanto, como nos comunicábamos con ella era por medio de dos sílabas…

-¡Kaaaa…

-Yaaaa!

Benín

Y así pasaron tres días y medio muy cortos, pero muy intensos. Rosi, Beltrán, Juliette, Therêse…, son niños que nos acompañarán siempre. El momento de la partida hacia el destino final del viaje, Nikki, fue muy triste, pero sabemos que algún día, cuando podamos, volveremos a verles. En casa, junto a los que conocimos en Nikki, les llamamos «nuestros niños», y así permanecerán siempre.

(Continuará)

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